Letras venezolanas en exilio
Luis E. Villegas N.
Los rostros de la migración son diversos y múltiples. Una vieja tradición nos dice que el hombre está anclado a la tierra, que ella representa su cárcel; de allí que la poesía sea un medio que permite trascender la inmediatez de la cotidianidad.
Las migraciones no nos liberan de esa hipotética cárcel, al contrario, nos la hace más evidente. El hecho es que sólo cambiamos de un espacio a otro, dejando atrás una cultura y asumiendo esa otra a donde se llega. La ansiedad de la “morriña” se relativiza cuando echamos raíces en esa nueva tierra.
Grandes personajes han vivido esa experiencia. Clásico es el poema del venezolano Pérez Bonalde y su Vuelta a la patria, publicado en Nueva York en 1877. Andrés Bello, caraqueño universal, salió como embajador de la libertad a Londres, convirtiéndose su viaje de misión política en un destierro de 19 años. Regreso a la América, a Chile en 1829, país que lo acogió. Venezuela fue el motivo de su eterna morriña dado que no pudo regresar jamás.
El fenómeno se repite en muchos venezolanos actuales. Vivimos un contexto donde la migración se hizo masiva; ya no son individuos sino pueblos enteros que forman ríos humanos que corren de sur a norte el continente. En 2017 la poeta caraqueña Ivana Aponte (1990) decidió marcharse del país; colmó su equipaje con su poesía y llego a Chile. Descubrimos en esa escritura su interioridad migrante, ella misma nos cuenta varias facetas de ese pathos: