sábado, 1 de julio de 2023

Crónica Banana City.


Soledad de pueblo

     Pueblo mutante.

        Luis E. Villegas N.

 

 

 

 


-¡Las lluvias llegaron al pueblo! -Comento Martín.

-¡Pero si no ha parado de llover!, ripostó Juana, sirviéndole una taza de humeante café que recién había colado del fogón.

 Volver a los fogones fue la alternativa que se impuso. A pesar que el gas había sido solicitado, no llegaba y tardaba mucho; por eso hubo que volver al uso de  la leña. Ahora era común ver a la gente recorriendo los alrededores del pueblo, machete en mano, buscando cualquier chamizo para hacer un fogón.

-¡Sí!. Las lluvias estaban en al pueblo – Contesto Martín, - pero yo me refiero a las otras lluvias que siempre llegaban más o menos a su tiempo.

 Reflexionaba Martín tras cada sorbo de café.

-Aquellas lluvias eran esperadas por todos nosotros con la mirada puesta  en la futura cosecha. – Continuó diciendo Martín. -Eran distintas a las que llegaron a destiempo trastornándonos todo el ciclo vital al que estábamos acostumbrados. -La gente decía que era porque llegan al continente todos los vientos del Caribe que estaban revueltos por allá.

- Esas otras lluvias, cayeron intempestivamente, cuando no les tocaba, cuando nadie las esperaba. Aún no han desaparecido del todo y se juntaron con las otras. Entramos al ciclo de  invierno que siempre habíamos vivido.

-A sí es! Dijo Juana. -Aquello eran vientos huracanados y cambios bruscos de temperatura. Lo mismo había un sol que “raja piedras”, que un frío que hacía deambular a la gente del pueblo vestido con chaquetas. Por cierto, chaquetas  que pasan mucho tiempo en los escaparates antes de ser exhibidas.

- Es el cambio climático, según dicen, -continuó Juana. -Ahora tenemos juntos los dos fenómenos. Eso se ve en las inundaciones y desastres que tienen azotada las poblaciones Los políticos no hablan de otra cosa, mientras la gente pierde sus casas y pertenencias.

Varias fueron las cosechas que se perdieron por el cambio de ritmo que se dio en la naturaleza. Hubo cambios bruscos en el clima y aparecieron diversas manifestaciones atmosféricas que nadie sabía a qué atenerse para sembrar. Ahora es distinto, a pesar que siempre existe la sorpresa. Llegó la cosecha de mangos y aguacates, característicos del pueblo en estos meses. Señal evidente que las cosas comienzan a cambiar.

En el pueblo se ha tenido un ligero cambio. El ambiente de ahora es indicador de una mutación de la realidad del pueblo. Por  ejemplo; ya los perros no compiten por los mangos con la gente; al contrario, algunas familias ponen las bolsas llenas de mango cercanos a las puertas y ventanas de sus casas para que el que pase se las lleve.

Los vecinos del caserío de al lado son quienes, principalmente, se los llevan. Ellos deben cruzar todo el pueblo, o parte de él, para tomar el transporte, bien en la autopista o la plaza, para ir a la ciudad vecina a trabajar. Al regreso a casa, cargan con los mangos, dicen que allá no hay matas de mangos. Esto hacía tiempo que no se veía. Hubo momentos en que a pesar de la cosecha no se veía un mango tirado en la calle, fueron momentos álgidos de la crisis.

Las ovejas y cabras que al principio se comenzaron a ver por el pueblo, llegaron para quedarse y se multiplicaron. Se instalaron definitivamente en las casas del pueblo, no en corrales fuera de él. Ahora representan una realidad que forma parte de lo que es el pueblo. Ya se hizo característico del pueblo el olor a “muñinga”, “berrinche”  o “miaos podridos” de los animales. Olor  que se desprenden de los solares y patios de las casas donde los tienen acorralados, impregnando todo a su alrededor.  La reacción pasiva frente al olor también se está haciendo costumbre, salvo por algunas “mentadas de madre” cuando alguno de los paisano pasan frente a una de esas “casas corrales de chivos”.

 Muy a menudo podemos encontrarnos con los pequeños rebaños de animales cruzando el pueblo en busca de alimento, guiados por sus diversos pastores-dueños. Van por las calles conduciendo el rebaño hacia espacios donde puedan pastar. Además de los que tienen rebaño, también están otros vecinos con algunas parejas dispersas deambulando por el pueblo.

El pastor, que viste ropa característica, se le identifica a lo lejos, así como  la mujer o  al muchacho que cuidando un par de animales, ronda por la plaza o por espacios adyacentes donde crece el monte con que las alimentan. La transformación del paisaje operado en el pueblo nos revelan los cambios que se vienen introduciendo en su seno.

Junto a ese “cuadro costumbrista”, en pleno siglo XXI, que nos rememora a la vida pastoril venezolana, que en algunas comunidades olvidadas transcurrió y trascurre hasta muy entrada la modernidad, convive un clima cosmopolita entre algunos de sus habitantes. Son los viajeros que han establecido su vida entre la frontera colombiana y más allá  y el pueblo. Son viajeros que traen con las divisas nuevas costumbre, hábitos y  portes de “personas que conocen mundo”.

Los muchachos que juegan a la”pelotica de goma” en la calle o alrededor de la plaza, aparentemente son los mismos de siempre; sin embargo, su visión del mundo y sus oportunidades cambió radicalmente.

 Entre ellos se encuentran algunos migrantes que han vivido trabajando durante algún tiempo en otro país y regresaron. Por ejemplo, los que trabajaron en la zona turística de Barranquilla (como buhoneros o en trabajos informales) destinada a los turistas norteamericanos, adquirieron otro porte y otra visión del dominio del mundo. Dicho de otro modo, “la pandilla tradicional” de los muchachos de pueblo, que se ven jugando en la calle, mutaron de muchachos pueblerinos a grupos de muchachos Cosmopolitan, a “ciudadanos del mundo”.

El síntoma del cambio se nota hasta en el hecho que volvió el youtong.  La crisis lo había hecho desaparecer como servicio de transporte subsidiado que  el gobierno, había monto en todo el país. Ya no era como antes, que había un servicio de dos autobuses trabajando todo el día; ahora es uno haciendo un par de viajes al día y ajustando el precio del pasaje según suba el dólar. 

Al principio comenzó con viajes donde iban pocos pasajeros; después se fue ampliando el número de usuarios al abrirse nuevamente las oportunidades de trabajar en la ciudad vecina. Las posibilidades  de obtener un jornal volvieron aparecer desde la ciudad vecina. Se desplazan a diario, principalmente las mujeres que trabajan en casa de familia y los jornaleros, cuidadores de jardines o algunos artesanos, como también plomeros o albañiles.

La lucha por la supervivencia hizo emerger cambios en las costumbres. La necesidad y el imperativo de dar respuesta a la supervivencia están configurando un nuevo paisaje en el pueblo. Hoy vivimos en un pueblo que comienza desde cero a reconstruir su horizonte vital.

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