Un tema clásico lo encontramos
tanto en la literatura cristiana, en autores como Freud o Hegel, como en las relaciones
sociales establecidas durante el largo período de la edad media: es el tema del
reconocimiento del otro, la otredad. En uno de los versos de “La vida es sueño”,
de Don Calderón de la Barca (1600-1681) le encontramos, pero como aspecto
colateral, casi desapercibido frente al eje central de la obra. Queremos develarlo
y hacer una lectura desde el sentido o las disonancias que expresa dicho verso.
La obra de nuestro
autor se encuentra atravesada por líneas que convergen en su momento,
desenvolviendo la trama de la narración.
Una de ellas está representada por el personaje Rosaura. Con ella se inicia la narración y se la representa
viajando fueran de su patria para vengar la ofensa que le hiciera el príncipe,
quien no cumplió su palabra de casamiento. Otro es el rey Basilio, creyente y
estudioso del cielo y de los astros, quienes le anunciaron que su hijo sería un
gobernante cruel y despiadado con su pueblo. Por esta razón hace construir una
torre donde encierra al hijo desde su nacimiento hasta que se hace hombre.
Clotaldo es el viejo que ha cuidado prácticamente a lo largo de toda su vida,
la reclusión de Segismundo, el hijo del rey. Más tarde descubrirá, viviendo
todos éstos años sin saberlo, que es el padre de Rosaura. Otros personajes entran en
escena, pero con menos impacto en la obra, para el tema que nos interesa,
haciendo hilar o cohesionar los distintos cabos sueltos de la narración.
El verso que motiva
el presente artículo, forma parte de la descripción del encuentro entre
Segismundo y Rosaura. Ocurre en la torre donde éste se encuentra recluido. Por
instrucción expresa del rey, ninguna persona, a excepción de Clotaldo, quien
es el que le atiende, podía conocer ni
ver a su hijo recluido en la torre. Rosaura, que perdida su cabalgadura y en
medio de un bosque camino al país donde cobrará su ofensa, llega por accidente
a la torre de acceso prohibido. Segismundo no ha visto jamás a otra persona, salvo
el viejo que le cuida y que gracias a él tiene noticias o indicaciones de un
mundo exterior desconocido para él.
En el verso se
describe un hecho simple pero lleno de significación. Antes de entrar en él,
hagamos una especie de preámbulo que nos servirá para contextualizar el verso
en cuestión. Veamos a Segismundo haciendo una reflexión sobre la vida; es allí
donde Rosaura se topa con él, en pleno momento en que pronuncia un discurso
lleno de lamentaciones por lo que vive y por su incierto destino. Segismundo
pregunta, para cerciorarse que no está sólo, “¿quién es el que anda allí?” Y
confirma que la presencia de ese alguien no es su conocido celador sino otra
persona.
El soliloquio de
Segismundo es un cuestionamiento a su suerte y una interpelación a su destino.
En primer lugar, se interroga por el delito que ha cometido y concluye que es
el del nacimiento: “...pues el delito
mayor / del hombre es haber nacido”. Esta idea tiene su origen en el mito cristiano del pecado original.
Podemos observar aquí y en el resto del discurso, la estructura lógica,
característica del razonamiento medieval y su esquema silogístico. Seguidamente
se interroga porqué él tiene que llevar
la vida que lleva, si todos los hombres nacieron con el mismo delito. Es la
reflexión del sí mismo frente a los
otros, la idea implícita de la igualdad. Siguiendo este mismo orden jerárquico
compara su ser con el resto de los seres que conforman la naturaleza. Al
referirse a las aves nos dice, ¿y
teniendo yo más alma/tengo menos libertad?”. Del mismo modo, al analizar a
las bestias, los brutos afirma, ¿y yo,
con mejor instinto, / tengo menos libertad?”. Continua con los animales
marinos, el pez, y nos dice, ¿y yo, con
más albedrío, / tengo menos libertad?”; finalmente se refiere al paisaje
natural y concluye, ¿y teniendo más vida,
/ tengo menos libertad?”.
Del texto podemos
inferir que alma, instinto, albedrío y vida, son
condiciones inherentes o atributos del ser humano; sin embargo, la libertad no
lo es. Esta es la conclusión de Segismundo: a pesar de poseer estos atributos
no tiene libertad, por tanto aquella es una condición que se alcanza o se
conquista. En este sentido podemos decir que la condición humana, aun en el
caso de Segismundo, no se pierde a pesar de haber sido recluido, reducido desde
su nacimiento a la condición de bestia. El fenómeno del despertar o la
resurrección a lo humano se activa a partir de un resorte: la presencia o el
reconocimiento del otro, de lo otro. He allí el quid del verso de Calderón del cual hemos referido y que a
continuación explicitamos.
Al encarar a otro
ser Segismundo sufrirá una transformación. Es una experiencia que no había imaginado y que jamás le había ocurrido.
Pregunta ¿quién es? y ante la respuesta que recibe, responde amenazando con la
muerte. Rosaura, con gran aplomo y la altivez de una princesa responde a la
amenaza con voz tranquila y firme. En primer lugar, le interpela su sentido
humano, en una afirmación que al mismo tiempo es interrogativa: “Si has nacido / humano...”. De esta
manera establece la premisa a la cual completa su consecuencia: “...baste postrarme / a tus pies para
librarme.” La respuesta a la agresión ha sido respondida en su forma
clásica: premisa, consecuencia. Aquí nos encontramos frente a uno de los
problemas fundamentales de la época: la relación que esa sociedad establece, la
norma de funcionamiento entre los hombres. Postrarse ante otro es reconocer
como dueño o amo al hombre o mujer ante el cual uno se postra. Es la proyección
de Dios sobre el Rey. La configuración de la relación amo-esclavo.
Es a partir de ese concepto desde el cual Rosaura
habla, y en ese lenguaje se expresa el modelo de relaciones que se ha establecido desde el
poder y que se hace cultura dominante. Ella es súbdita de un Rey al cual se le
debe rendir obediencia y sumisión, así como también a la estructura piramidal
del poder. Rosaura está apelando a la moral que debe poseer todo ser que se
constituye por encima del otro, del dominador, del amo: reconocer al súbdito,
reconocer en el otro su condición de vasallo y por tanto se establece un deber
con él. Rosaura reconoce en Segismundo el poder, la fuerza. Al mismo tiempo, descubre
su propia debilidad. En consecuencia asume la ley, la costumbre, la cultura
establecida de una época, de un tiempo histórico. Por tanto, su respuesta es: “justo postrarme a tus pies para
liberarme...”; es decir, reconoce la supremacía del poder del otro.
Ante tal respuesta
Segismundo queda totalmente fuera de su propia lógica; la lógica del bruto, de
la bestia, a la cual ha estado sometido durante toda su vida en el encierro en
que ha vivido. Se produce una turbulencia que sacude toda su existencia, todo
su piso existencial. Ocurre el fenómeno que implica la trascendencia humana,
que define lo humano; Segismundo sin
saber cómo, ni a partir de qué momento
sufre o comienza un proceso de trasformación: ¡se encuentra frente al otro..., reconociéndolo y al mismo tiempo
reconociéndose! Ante la respuesta de Rosaura, Segismundo responde y en ella
manifiesta todo el sentido humano de la metamorfosis por él sufrida. Es decir,
del paso de condenado a ser bestia a convertirse en hombre: «Tu voz pudo enternecerme, / tu presencia
sorprenderme, / y tu respeto turbarme». Tenemos pues que voz, presencia
y respeto representan la tríada
calderoniana transformadora del hombre bestia en ser humano.
Las implicaciones de
la tríada no son otras que: “enternecerme,
suspenderme, turbarme”. El hombre bestia representado en Segismundo, se
enternece al oír la voz de Rosaura, una voz femenina. Podemos leer el hecho en
una doble dimensión: por un lado, el emerger lo humano en un ser primitivo, y por el otro, lo femenino como materia prima
del acto de creación, de transformación o resurrección. “Tu voz pudo enternecerme...” dice Segismundo; y ese hecho no es
más que la bestia dejando de ser bestia. En ese ser opera la ternura
trasformando la bestia. Podemos recordar en este detalle a Nietzsche. Es la
voz, el sentido de la voz la que
opera: ¡Son los sentidos reafirmando la vida!
La otra expresión de
Segismundo es “tu presencia
suspenderme...”, y aquí el verbo suspender es aplicado con todo el sentido
que contiene una de sus acepciones: “privar a uno de su destino
momentáneamente”. Presencia frente al
otro; no es sólo la voz que escucho; es la presencia del otro o de lo otro como
ente real, tangible, material, concreto. Es la verdad develada como un factum; es la presencia del otro lo que
hace que la verdad se despliegue en la realización del acto humano, en el acto
de constituirse Hombre.
El reconocimiento
del otro, de lo otro es entonces el resorte que imprime el sello de lo humano.
Este hecho nos lleva a el conocimiento del sí
mismo a través de una dialéctica donde el
otro, lo otro, se devela también
reconociéndose. En esa dialéctica la libertad se despliega, y en consecuencia,
el hecho humano se hace presente, se realiza.
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