sábado, 23 de mayo de 2020

El viento mueve la palmera


Crónica Banana City
Luis E. Villegas N 

 Por la tardecita, conversando se encontraban el grupo de “mayores”, como les llaman  los muchachos. Es común en el pueblo encontrarlos en la acostumbrada tertulia de la Plaza Bolívar. Paredes decía:- “Es un grupo de muchachos los que se fueron a trabajar a Colombia”.  La frase sonaba cercana, cotidiana, era como decir: ¡fueron a cortar caña al Jaguey!.   - ¡Esos nunca han trabajado!, ripostó Isaías.


 
       
                                                                           Crepusculo yaracuyano, Yaritagua. Venezuela.



   En el pueblo esta es una experiencia nueva, digamos en forma “masiva”; sobre todo de gente  joven. Claro que los desplazamientos del pueblo se producían hacia otros estados del país y no fuera; desplazamiento que era un ir y venir. Valencia era una de las principales plazas donde se iba a buscar trabajo, mejores oportunidades; también  se elegían lugares distantes, pero esto era una excepción entre los muchachos del pueblo; como el “niño”, que se perdía por meses en la zona minera de Guayana y luego venia con “plata” y contando historias de los mineros que deslumbraban a todos los muchachos.

            Hoy en las conversaciones de la gente del pueblo este universo de migración/emigración esta cada vez más presente. Hasta podemos hacer gala de un conocimiento nuevo que adquirimos y que se expresa en nuestro lenguaje actual: “dinámica monetaria”, “movimiento de bajas y alzas de dólares y pesos colombianos”, “paridad cambiaria”, etc. Y es que para la gente del pueblo Colombia es la frontera, la línea del horizonte venezolano llega hasta allí; claro, algunos más atrevidos incursionan más allá, pero por lo general hasta ahí llegan, allí está “el Dorado”.

            La realidad pesa menos que las expectativas y en ellas están envueltas las esperanzas. Contrastan las noticias de los medios con las historian que nos cuentan los propios actores, los viajeros; noticias que vuelan como pólvora por todo el pueblo. “Mariíta”  llego a mitad de Diciembre, vistiendo ropa nueva y zapatos rojos que la hacían destacar desde lejos; sus zapatos “nuevecitos” representaba ante todos, una especie de anuncio del un triunfo de la muchacha ante la azorada y sin horizonte vida del pueblo, a la cual se suma la aguda crisis que vive el país. Estaba en la frontera y vino por navidades. Al principio durmió en la calle y conoció la ley de los “paracos”; pero luego la suerte le cambió. Allá llego con su plan de vender jugos y empanadas a los viajeros, luego que la robaron y la dejaron sin mechero y demás “corotos”, resistió; cuestión que no hizo su compañera que a la primera se vino a buscar la seguridad del pueblo a pesar de la necesidad. Se inició en la aventura vendiendo jugos y luego de “estabilizarse comenzó a lavar carros. Regreso a los seis meses  por vacaciones y se encontró que la pequeñita que dejó al cuidado de su mamá ya no la reconocía. 

            Tras la sentencia de Isaías (- ¡Esos nunca han trabajado!), esta la expectativa de una juventud no conforme con el horizonte campesino de la vida tradicional del pueblo. Algunos conucos y conuqueros se reactivaron  con la crisis del país; hoy se está produciendo algunas pequeñas cosechas de maíz, yuca, caraotas, frijoles... rubros característicos del conuco. Claro está,  que más le puedes pedir a un conuco? Volvemos al esquema de subsistencia. Comenta Ramón: -¿¡Todos esperamos la bolsa del clap!. 

            Los jóvenes no contemplan este horizonte para su vida; aspiran lo que por derecho les corresponde, aún sin el razonamiento político. El horizonte de su vida no lo encuentran en el pueblo y salen a buscarlo fuera. Los “mayores” dicen que “nunca han trabajado”; pero el futuro y su lectura corresponde a otra expectativa de un escenario social más prometedor, aún con los riesgos al emprender  estos caminos para alcanzarlos. 

             El pueblo (los pueblos) se desplaza a partir de su juventud. La aparente novedad del desplazamiento es una especie de diáspora, producto de la crisis venezolana. “El viento mueve  la palmera, pero también el movimiento del mar”. Los pueblos no esperan por “sus representantes”; mientras tanto, en medio de la aguda crisis, los políticos preparan sus discursos ante  la proximidad de las elecciones donde competirán entre ellos por el poder. Pueblo y gobierno en dos horizontes distintos, así como en el discurso y el desplazamiento de un pueblo se evidencia que “el viento mueve a la palmera.


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