Cuando
lo conocí era un proletario intermitente. La ciudad vecina le había proveído de
un trabajo que le ocupaba dos o tres días a la semana; por supuesto, cuando
había producción que ordenar y empaquetar. Era un taller grande de confección
de ropa, uniformes para obreros.
La
impresión que causaba, a primera vista, era la de un muchacho vinculado al
ambiente de la cultura. Cuando comencé a conocerlo andaba con su
"hermano", otro chamo. En un primer encuentro hablaron de formar
parte de la exposición que se haría en la casa de la cultura, después de varios
trámites no lograron entrar. Más tarde me trajeron una colección de dibujos
para que les diera mi opinión... cuestiones de impresión. ¿Qué podría decirles
técnicamente yo? ¡En mi ignorancia me parecieron geniales...!
Su
estampa pues, no era otra que la de un estudiante hijo de éste pueblo, cuyo
destino estaría signado por la oportunidad de entrar en ese mundo gobernado por
la burocracia cultural del estado, formando parte de ese mundillo cuyos
miembros esconden, tras estudiadas poses, el verdadero rostro de unos parias
proletarios. O crecerá como uno más del pueblo, convirtiéndose en un hombre
dotado de una sensibilidad excepcional, y que uno, al encontrarse con ellos se
pregunta: ¿de dónde le nace esa cualidad tan especial? Tal vez otro destino le
aguarde si entra en la mitología del "machete clavado en la ceiba".
Pues
sí, Alberto daba algo de lo que ganaba a su mamá y el resto lo invertía en la
Universidad. Los viajes del pueblo a la capital del estado consumían gran parte
del jornal que ganaba; resultaba más económico viajar al estado vecino que a la
capital del propio Estado; claro, estábamos al lado, pero no pertenecemos a ese
ámbito ni en lo social ni en lo administrativo.
Pasaba
frente a la casa con su sonrisa de labios en flor; como si viviera en la más
absoluta felicidad y despreocupación, dando la impresión de ser "dueño del
mundo". Conversador locuaz, irradiaba toda energía, vitalidad esa que se
posee a los 20 años.
Ahora
es caballerizo; es decir, obrero que trabaja en las caballerizas. De proletario
urbano se convirtió de la noche a la mañana en proletario rural. Claro, también
incursionó, sin éxito, en algunas otras empresas, entre otras labores ejerció
de taquillero del ferrocarril. El trabajo que mejor se ajustaba a su dinámica
de vida desapareció. La cuestión fue que la fábrica cerró por cuestiones de la
crisis. A los dueños les daba mejor resultado cerrar que producir. ¿Cómo así?
¡Pues sí!; los dueños se quedaron con los dólares preferenciales y poco a poco
fueron saliendo de los obreros que le quedaban, hasta que definitivamente
cerraron.
Hoy,
según dice, esta mejor. -¡Ya no gasto en pasajes! Conseguí una chamba cerca de
mi casa. Es una granja, mejor dicho, una caballeriza; allí todo esta
arregladito y limpio. ¡Los caballos cuestan mucha plata! Ahora limpio, doy de
comer a los caballos, en fin hago de todo. Es una granja que queda a las
orillas del pueblo.
La
otra tardecita vino y conversamos un rato. Dijo que había
"suspendido" la Universidad. La cosa se puso difícil; -ya la retomaré
más adelante; me dijo; mientras tanto, sigue pintando y reconstruyendo las
leyendas del pueblo. Según las que nombraba esa noche eran ocho. Son historias
de fantasmas y aparecidos que están latentes en el pueblo; todos, bueno muchos,
conocen de ellas, tanto los viejos como los jóvenes.
Esa
noche me entere de la historia del "machete en la ceiba". Le escuché
con atención y él se entusiasmaba contando la historia. ¡Es un narrador nato! Sus
ojos cobraban brillo y sus dientes, tras su sonrisa, le iluminaban el rostro
mientras hablaba. La historia es muy simple, lo espectacular es que el
testimonio dura ya más de 60 años.
Un
hombre que vivía en el pueblo, cansado de una vida dura y sin futuro, decidió
terminar con ella. Un día caminando por la acequia paso al lado de una ceiba
que crecía lenta e inmutable, y descargó con fuerza su machete que quedo
clavado en ella. Llego a su rancho y se marchó del pueblo, y hasta el sol de
hoy no se le vio más. Lo sorprendente es que hoy la ceiba tiene alrededor de 10
metros de altura y en una de sus ramas más altas esta el machete clavado. Todos
los vecinos conocen de la ceiba y del machete; allí al lado de la acequia
continua inmutable el árbol herido por el filoso hierro que se incrustó en su
cuerpo vegetal. ¿Qué anuncia? ¿Qué secreto guarda? Forma parte de la identidad
y del misterio del pueblo que nadie jamás se atrevió a tocar. Por todos
conocido y por nadie violado.
Alberto
va tras las historias del pueblo; cree en fantasmas y se relaciona con ellos
con mucho respeto. Las cultiva y tal vez por ello gusta de conversar con los
viejos del pueblo. La historia me sorprendió y fui a conocer la ceiba; camine
por el pequeño camino de tierra que conduce a la acequia donde creció la ceiba.
Después de mucho mirar los árboles pegunte a un campesino que salía de un
rancho y me mostro la ceiba. Allí estaba imponente el árbol, cual monumento
natural y el machete clavado en una de sus altas ramas.
El
machete es un símbolo histórico en la historia venezolana, de hecho, está
presente en la formación del pueblo. Su formación data de cuando estas tierras
eran grandes haciendas y venían del norte y del oeste tanto indios y campesinos
a los cortes de las cosechas de maíz, caña de azúcar y otros rubros. Los
jornaleros se apilaban en barracas donde vivían por el periodo de las cosechas
que al terminar regresaban a sus puntos de origen; con excepción de algunos que
quedaban merodeando en las haciendas en pequeñas actividades que los hacendados
les encomendaban y a cambio les permitían vivir en ellas y cultivar algún
conuco para su subsistencia. De allí surge el pueblo y el machete su símbolo,
tanto de labranza, como herramienta de vida, instrumento de trabajo del
jornalero-proletario. Allí lo testimonia la ceiba, en tanto que monumento
vegetal que honra al hombre y su vida. Tal vez el "machete en la
ceiba" sea el conjuro que habla a la juventud de este pueblo.
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